Hace unos cuantos años que no celebro el día de la tortilla, al menos como dios quiere y manda, porque hoy, sí o sí, toca tortilla para cenar.
Decía que no lo celebro por dos motivos: el primero, es que aquí en Velilla, y al parecer en otros sitios, lo celebran vete tú a saber cuándo, entre el 4 y el 9, no lo sé, depende del Carnaval y tal, y esto al parecer sucede en otras localidades. En mi barrio, más cercano a San Fernando de Henares que a Coslada, se celebra el día 3 de febrero.
Y punto.
Me desplazaría, de verdad de la buena, al cerro de costumbre a celebrar el día, pero, y aquí viene el segundo motivo por el que no puedo (y digo bien: no puedo) hacerle honores al día, me encuentro con un impedimento de peso: El hospital del Henares.
Bien sabe Dios que nos hacía falta un Hospital de esta (des)envergadura en el Corredor del Henares, pero cuando lo vi ahí, bien plantado él, e inservible en su mayoría, me entró un coraje enorme, porque sentí que me habían robado la infancia.
Sí, ahí donde ahora se erige el Hospital una vez hubo un cerro, con senderos, con zonas de escalada, con descensos de vértigo para el motocross, con paredes de arcilla que, ingenuamente, rasgábamos para obtener arcilla y usarla para las manualidades del colegio, con cuevas que escondían secretos de la postguerra y donde nos escapábamos para fumar nuestros primeros cigarrillos. Todavía recuerdo el día que Francisco, más guarrete él, quiso hacer la gracia y nos enseñó la minga. O el día en el que mi hermana se tiró por uno de esos terraplenes, toda decidida ella, y luego vio su error cuando descubrió que era más largo (y peligroso) de lo que imaginaba. O el día que me cagué por la pata abajo cuando me encontré en una zona de escalada de no retorno y en la que corrí serio peligro y me las vi putas para salir de ahí. O el día en que descubrimos una casa abandonada y muy grande y que me sirvió de inspiración para ubicar la casa de Brian y los Corruptos en Mi Bestia.
Era, además, el lugar elegido por todos los jóvenes (y no tan jóvenes) para celebrar el día de la tortilla.
Ese día no había clase por la tarde, y corríamos como locos al salir a la una de la tarde para recoger la bolsa que nos tenían preparadas nuestras madres, en las que había un bocadillo de tortilla (francesa o de patata, daba igual), dos piezas de frutas, dos latas de cocacola y un bocadillo de nocilla para la merienda, previendo que íbamos a estar ya toda la tarde en el cerro. Nosotros, además, añadíamos a la mochila una colección de chuches, donde los gusanitos no podían faltar, y, por supuesto, un casette
con muchas pilas y donde Francesco Napoli nos deleitaba con su Balla, balla.
Cada año elegíamos a quién le tocaba llevar la maxi manta para tirarla en el suelo, tipo picnic pero en cutre.
Éramos críos, el diseño quedaba subyugado por la comodidad.
Con el tiempo la cosa fue creciendo, y muchas asociaciones de vecinos y los ayuntamientos pertinentes montaban barbacoas, chiringuitos y hacían un montón de juegos.
Era, en fin, un día de asueto sin serlo en el que nos tirábamos a la bartola mientras hacíamos cuenta de una tortilla.
¿Veis por qué digo que al destruir el cerro perdí mi infancia?
Y vosotros, ¿conocíais esta festividad? ¿Cuándo celebráis el día de la tortilla? Un, dos, tres, responda otra vez.
Qué curioso... yo nunca había oído hablar del día de la tortilla. Pero en mi localidad se celebra una romería el primer domingo después de San Marcos, y se pasa el día en un cerro cercano donde había un pequeño fortín abandonado, escenario de juegos y aventuras de mi infancia y adolescencia. Hoy en día se ha rehabilitado y cerrado al público en su mayor parte. Está precioso pero... ha perdido parte de su encanto.
ResponderEliminarNi que decir tiene que también tiene un hueco en una de las novelas que tengo en un cajón.
Supongo que es lo más parecido al día de la tortilla ya que era la comida tradicional para llevar al monte junto a las latas de coca-cola y alguna manzana, jejeje...