Bien sabe Dios que soy de buen comer. Da igual: carne, pescado, verduras, guisos, asados... Me gusta todo.Ya lo decían mis vecinas: a esta niña es mejor comprarle un traje que invitarla a comer, tal era la fama que tenía de comilona.
Además de buen comer, tenía algo que me habían inculcado mis tías: modales a la mesa. Todavía me parece escucharlas cuando alguna de mis amigas me invitaban a su casa a comer: Lala, tienes que comerte todo lo que te pongan en el plato.
Y claro, Lala se lo comía todo, estuviese bueno o malo, le gustase más o menos.
Bueno, todo todo no.
Había una serie de platos que me negaba en rotundo a comer, y no por inapetencia, sino por una grave intolerancia en unos casos, y por un asco mortal en otros.
Voy a hablar de esas comidas.
OJO: Hablaré de comidas "normales y corrientes", tradicionales de la península. No voy a hablar de gusanos, ni monos, ni ratas, ni esas cosas raras, sino de platos que puede haber en tu casa o en la mía.
Una de las comidas que no como, ni comeré nunca, es el conejo. Da igual que al ajillo huela que da gusto. No importa la pinta que tenga con sus caracoles y su salsita, o la envidia que me de ver a la gente rechupetear las tajadas bañadas en tomate.
Me sienta mal. Lo he probado, lo juro, pero siempre acabo con cólico. Así que, descartado.
Las ostras. Y conste que, como me pasa con el conejo, me gustan mucho. Pero las pocas veces que las he comido, me han sentado fatal. Y sí, estaban vivitas y coleando, así que no puedo echarle la culpa al mal estado de las mismas, sino a mi estómago, que me ha salido delicado.
Sesos de cordero. No es que no me gusten... Es que me da repelús. No, no suelo comerlos, da igual cómo me lo presenten.
Crestas de gallos.
Demasiado gelatinoso para mi paladar... Puaj.
Zarajos.
Directamente: Puaj. Oye, que lo mismo luego está rico y todo, pero es algo que nunca he probado, y probablemente nunca probaré.
Y tú, ¿qué comida no comerías ni aunque te pagaran dinero?
Un, dos, tres, responda otra vez.
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